Entradas populares

viernes, 5 de febrero de 2016

MUSICA Let The Good Times Roll- Ray Charles

PASTORAL: SANTO DEL DIA



 San Pablo Miki          

 y Compañeros 



En el año 1549 San Francisco Javier llegó al Japón y convirtió a muchos paganos.

Ya en el año 1597 eran varios los miles de cristianos en aquel país. Y llegó al gobierno un emperador sumamente cruel y vicioso, el cual ordenó que todos los misioneros católicos debían abandonar el Japón en el término de seis meses. Pero los misioneros, en vez de huir del país, lo que hicieron fue esconderse, para poder seguir ayudando a los cristianos. Fueron descubiertos y martirizados brutalmente. Los que murieron en este día en Nagasaki fueron 26. Tres jesuitas, seis franciscanos y 16 laicos católicos japoneses, que eran catequistas y se habían hecho terciarios franciscanos.

Los mártires jesuitas fueron: San Pablo Miki, un japonés de familia de la alta clase social, hijo de un capitán del ejército y muy buen predicador: San Juan Goto y Santiago Kisai, dos hermanos coadjutores jesuitas. Los franciscanos eran: San Felipe de Jesús, un mexicano que había ido a misionar al Asia. San Gonzalo García que era de la India, San Francisco Blanco, San Pedro Bautista, superior de los franciscanos en el Japón y San Francisco de San Miguel.

Entre los laicos estaban: un soldado: San Cayo Francisco; un médico: San Francisco de Miako; un Coreano: San Leon Karasuma, y tres muchachos de trece años que ayudaban a misa a los sacerdotes: los niños: San Luis Ibarqui, San Antonio Deyman, y San Totomaskasaky, cuyo padre fue también martirizado.

A los 26 católicos les cortaron la oreja izquierda, y así ensangrentados fueron llevados en pleno invierno a pie, de pueblo en pueblo, durante un mes, para escarmentar y atemorizar a todos los que quisieran hacerse cristianos.

Al llegar a Nagasaki les permitieron confesarse con los sacerdotes, y luego los crucificaron, atándolos a las cruces con cuerdas y cadenas en piernas y brazos y sujetándolos al madero con una argolla de hierro al cuello. Entre una cruz y otra había la distancia de un metro y medio.

La Iglesia Católica los declaró santos en 1862.

Testigos de su martirio y de su muerte lo relatan de la siguiente manera: "Una vez crucificados, era admirable ver el fervor y la paciencia de todos. Los sacerdotes animaban a los demás a sufrir todo por amor a Jesucristo y la salvación de las almas. El Padre Pedro estaba inmóvil, con los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín cantaba salmos, en acción de gracias a la bondad de Dios, y entre frase y frase iba repitiendo aquella oración del salmo 30: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". El hermano Gonzalo rezaba fervorosamente el Padre Nuestro y el Avemaría".

Al Padre Pablo Miki le parecía que aquella cruz era el púlpito o sitio para predicar más honroso que le habían conseguido, y empezó a decir a todos los presentes (cristianos y curiosos) que él era japonés, que pertenecía a la compañía de Jesús, o sociedad de los Padres jesuitas, que moría por haber predicado el evangelio y que le daba gracias a Dios por haberle concedido el honor tan enorme de poder morir por propagar la verdadera religión de Dios. A continuación añadió las siguientes palabras:

"Llegado a este momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico. Y como mi Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras y sus buenos ejemplos a perdonar a los que nos han ofendido, yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan instruir en nuestra santa religión y se hagan bautizar".

Luego, vueltos los ojos hacia sus compañeros, empezó a darles ánimos en aquella lucha decisiva; en el rostro de todos se veía una alegría muy grande, especialmente en el del niño Luis; éste, al gritarle otro cristiano que pronto estaría en el Paraíso, atrajo hacia sí las miradas de todos por el gesto lleno de gozo que hizo. El niño Antonio, que estaba al lado de Luis, con los ojos fijos en el cielo, después de haber invocado los santísimos nombres de Jesús, José y María, se pudo a cantar los salmos que había aprendido en la clase de catecismo. A otros se les oía decir continuamente: "Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía". Varios de los crucificados aconsejaban a las gentes allí presentes que permanecieran fieles a nuestra santa religión por siempre.

Luego los verdugos sacaron sus lanzas y asestaron a cada uno de los crucificados dos lanzazos, con lo que en unos momentos pusieron fin a sus vidas.

HISTORIAS DE LA HISTORIA

El origen español de los violentos hermanos Barbarroja


El padre de estos corsarios que arrasaron el Mediterráneo era un cristiano de origen albanés. Fue capturado por los turcos y se casó con una cristiana viuda llamada Catalina, que el cronista Mármol señala como una española apresada


Hasta la crisis de los refugiados del pasado verano, la Isla de Lesbos (Grecia) era casi únicamente conocida por ser un importante destino turístico y porque allí nacieron los atroces hermanos Barbarroja, los corsarios más sanguinarios del siglo XVI. Aruj Barbarroja, llamado así por su barba rojiza (aunque hay otra teoría que apunta a que era por una deformación de la palabra Babá, padre), fue el pionero de los hermanos. Nacido justo en las mismas fechas en las que la isla pasó de manos genovesas a manos turcas, fue en su origen un comerciante marítimo que se transformó en pocos años en un pirata brutal.

El padre de los Barbarroja fue un cristiano, de origen albanés, capturado por los turcos que, sirviendo a estos en la Isla de Lesbos, se casó con una cristiana viuda llamada Catalina, que el cronista Mármol señala como una española apresada en la mar por un corsario. De esta unión surgieron dos hijas, que conservaron la religión de la madre, y cuatro hijos, musulmanes: Aruj, Elías, Ishak y Jaredín. Decidido a lograr las simpatías del sultán Bayaceto, Aruj Barbarroja abandonó la actividad comercial de su padre y se unió a los ataques contra Rodas. Precisamente en un combate marítimo contra una escuadra cristiana, el joven fue hecho cautivo, posiblemente por una galera española, y su hermano Elías fue abatido. Aruj se pasó los siguientes dos años remando en una galera con un pie encadenado y prometiendo vengarse de los cristianos por la muerte de su hermano.

El hermano mayor de los Barbarroja se libró de su cadena cortándose con un cuchillo el talón del pie y tirándose al agua. A continuación se enroló como timonel en una flotilla corsaria (el sultán se dedicaba a repartir patente de corso a todos los que armasen naves para atacar a los cristianos), formada por una galera y un bergantín. Pero como no era hombre nacido para obedecer sino para mandar, Barbarroja asesinó a uno de sus patrones y se hizo con los barcos. Sus hermanos Ishak y Jaredín, el segundo tan intrépido como él, se sumaron a la tripulación de Aruj. Como explica Fernando Martínez Laínez en 'La Guerra del Turco' (EDAF, 2010), uno de los primeros golpes conjuntos de los tres hermanos fue un ataque en Lípari a una nave en la que iban 360 españoles, que el Gran Capitán enviaba a reforzar la localidad. La traición del contramaestre, un genovés que aceptó forzar el hundimiento de la nave a cambio de dinero, condenó a todo el barco al cautiverio e impulsó la carrera de los Barbarroja.

La Isla de Los Gelves se convirtió en la base de avituallamiento de Aruj, proclamado rey de este territorio tras su alianza con Muley Mauset, rey de Túnez, al que ofreció parte de su botín capturado a los españoles. A pesar de sus modestos orígenes, los hermanos se enriquecieron en muy poco tiempo y se ganaron la estima del sultán por sembrar de terror las poblaciones del litoral mediterráneo. En el caso de la costa española, el éxito de los corsarios se vio favorecido por la inactividad de las galeras catalanas dedicadas al corso, que, por una decisión de los Reyes Católicos basada en lo inhumano de la vida de los galeotes, fueron desarmadas a principios del siglo XVI.

Desde Los Gelves, los hermanos devastaron las costas de Menorca, Valencia y Alicante sin que nadie saliera al paso de sus ataques furtivos. Dentro de los intentos de arrebatar de manos españolas la plaza de Beyaia murió el otro hermano menos conocido, Ishak, a manos de un artillero que también dejó sin brazo a Aruj. Lo que sí consiguió alejar definitivamente de la influencia española fue Argel, que pagaba un tributo anual a Fernando El Católico desde que en 1510 Pedro Navarro había tomado la ciudad. En 1517, Aruj cortó la cabeza en persona al rey de Argel y entregó la ciudad al sultán Selim I. Los españoles que permanecían guarneciendo el castillo del Peñón de Argel y los refuerzos que desde España se enviaron al conocer la caída de la ciudad fueron masacrados o capturados (1.500 fueron esclavizados).

Desde otra plaza española en África, Tremecén, los adversarios del rey afín a los españoles le ofrecieron la corona a Aruj. Allí se presentó. Mientras Barbarroja entraba triunfante en Tremecén y decapitaba a los que le habían ofrecido la corona (al fin y al cabo si habían traicionado a su soberano, ¿por qué no lo iban a hacer de nuevo?), el jefe militar de Orán, Martín de Argote, preparó la reconquista de la ciudad. Las dos fuerzas chocaron en un pueblo entre Argel y Tremecén llamado Callah. Los otomanos aguantaron el cerco español e incluso contraatacaron provocando más de 400 bajas y capturando a 600. Martín de Argote decidió ir al frente de 1.000 hombres a vengar la afrenta y recuperar Tremecén. En su huida, Aruj Barbarroja arrojó monedas de oro y plata para retrasar a sus perseguidores. Pero de nada le sirvió. Barbarroja fue alcanzado por la pica de un alférez asturiano, García Fernández de la Plaza, que cortó la cabeza de Aruj. Fue recompensado por el Emperador Carlos con el privilegio de nobleza. No obstante, la actividad de Aruj Barbarroja, conocido como 'el del brazo cortado' (lo perdió en Beyaia), fue continuada por Jaredín sin que la empresa familiar registrara quiebro alguno.

Jaredín Barbarroja no escatimó en violencia para vengar la muerte de su hermano. Nada más ser informado, estando en Argel, ordenó asesinar a la mayoría de cautivos cristianos que se mantenían presos en esta plaza y dedicó las siguientes décadas a malograr los avances cristianos en el Mediterráneo. La alianza de Francia con el sultán turco facilitó que Barbarroja tomara la ciudad de Túnez en 1534, en cuyo asalto se destacó el contingente de arcabuceros españoles que mantenía esclavizados. Desde Túnez, arrasó la costa napolitana y se atrevió a ir hasta la boca del Tíber, lo que causó tanta alarma que todas campanas de las iglesias de Roma tocaron a rebato.

En 1535, una fuerza hispano-italiana de 300 galeras reconquistó Túnez y Mehedía, a pesar de que Barbarroja interpuso un ejército de 80.000 hombres y 25.000 caballos, que fueron desbaratados por los cristianos al primer envite. 20.000 cautivos recobraron la libertad ese día, 100 naves turcas fueron capturadas y Jaredín fue forzado a huir hasta Argel. El marino genovés más ilustre al servicio de Carlos V, Andrea Doria, salió en persecución del pirata turco, con 40 galeras, pero fracasó. Su venganza, una vez más, fue terrible: conquistó Mahón, saqueó Menorca y se apoderó de miles de cautivos.

La ofensiva de Barbarroja contra las costas napolitanas, en ese momento bajo el control de la Corona española, y contra varias islas del Jónico y el Egeo pertenecientes a Venecia, convenció al Papa III de la necesidad de organizar una Santa Liga contra los turcos. La alianza entre Venecia, el Imperio español, la Orden de Malta y los Estados Pontificios tomó forma en 1538 y ese mismo año recibió un golpe casi mortal en la batalla de Prevenza, que dio a los turcos el dominio del Mediterráneo durante otros 30 años (hasta Lepanto). Así, frente a una enorme flota de 162 galeras, Barbarroja atacó por sorpresa con sus 140 galeras y sembró el caos entre la escuadra dirigida por Andrea Doria, que, cediendo a la tradicional rivalidad entre venecianos y genoveses, prefirió ver perdidos los barcos venecianos que exponer también los suyos. Visto los resultados de la Liga, Venecia firmó un tratado de paz con Solimán 'El Magnífico' en 1540 por el cual aceptaba las conquistas turcas recientes y se comprometía a pagar un tributo anual a la Sublime Puerta

Barbarroja llegó a suponer una amenaza tan grave para el Imperio español como para que Carlos V ordenara a agentes secretos ponerse en contacto con él, en 1540, para ofrecerle que se cambiara de bando a cambio del cargo de Almirante en Jefe y Gobernador General de todos los territorios españoles del Norte de África. No en vano, había pocos motivos por los que el almirante pirata estuviera interesado en abandonar al sultán, que le había colmado de riquezas. Por el contrario, Barbarroja contestó el fracaso español de Argel en 1540 con una nueva ofensiva contra las posesiones españolas en Italia y contra Niza, en poder del Duque de Saboya, aliado de Carlos. Recibido con gritos de júbilo por los franceses, Barbarroja se instaló ese invierno en el puerto francés de Tolón, mientras sus galeras asolaban el Levante español.
En 1545, Jaredín Barbarroja se retiró a Estambul, dejando a su hijo Hasas Pasha como su sucesor en Argel. En la capital turca falleció a los 63 años de «muy recias calenturas», siendo enormemente rico y una leyenda viviente